Zuckerberg, cuídanos no seas malo

Hace tiempo vengo percibiendo como algunas personas deciden quejarse en sus redes sociales por el uso de sus datos, acusando a diferentes corporaciones de utilizar su información personal con diferentes finalidades que van desde lo comercial a lo político.


Zuckerberg, cuídanos no seas malo


A raíz de esta queja masiva, que parece estar ligada a los escándalos de público conocimiento que afrontan la empresa de Mark Zuckerberg y el gigante Google, me permito realizar las siguientes preguntas: ¿alguien creyó que brindar datos a una corporación podía tener algún fin benevolente?, ¿cómo resolvemos las contradicciones que nos surgen cuando nuestras vidas son “resueltas” por sistemas que nos dan respuestas antes de que se las preguntemos?.

Lejos de cualquier fundamentalismo vamos a plantear algunos casos prácticos que nos ayuden a reflexionar, sin manifestar necesariamente la postura de quien escribe este artículo.  

Los datos personales siempre tuvieron un valor importante, incluso monetario. Las empresas siempre estuvieron detrás de la información personal que les permitiera llegar a más personas y de mejor manera. Acceder a ciertos datos no era sencillo. Quizás alguien recuerde la famosa “cartera de clientes”, confeccionada por alguna persona con fines laborales. Por ejemplo un empleado de un banco que dejaba una empresa, utilizaba su “cartera” como oferta para que otras entidades bancarias lo contrataran; esa era su carta de presentación, su mejor currículum, y lo que verdaderamente tenía valor para su futuro empleador.

Hoy todo es más sencillo, rápido y “eficaz”. Mediante redes sociales, formularios de contacto, juegos en línea y todo aquello a lo que queramos acceder, damos nuestros datos personales. Reconozcamos algo, lo hacemos con total voluntad y subestimando los datos. Poner nuestra fecha de nacimiento en un formulario no parece trascendental, hasta que descubrimos que otros hacen dinero con eso. Decir nuestros gustos y pasatiempos parece simpático, hasta que descubrimos que otros hacen más dinero con eso. Subir fotos y vídeos de nuestras vidas personales nos hace sentir celebridades, hasta que descubrimos que otros hacen más y más dinero con eso.

Los ejemplos son miles, la indignación crece, pero de manera parcial. Algunas personas manifiestan su enojo porque sienten que su intimidad fue violada, pero se alegran cuando mágicamente aparece una serie en Netflix que representa todo lo que alguna vez quisieron ver. Miles de líneas denunciando la manipulación sufrida pero todos disfrutan cuando mágicamente Google sabe lo que quieren buscar. Miles de amenazas con darse de baja de alguna red social, pero todos sonrientes al ver como Spotify sugiere artistas que mágicamente al poner play son todo lo que querían escuchar. ¿Hace falta seguir con las contradicciones?

Hoy todo es más sencillo, rápido y “eficaz”. Mediante redes sociales, formularios de contacto, juegos en línea y todo aquello a lo que queramos acceder, damos nuestros datos personales. Reconozcamos algo, lo hacemos con total voluntad y subestimando los datos.

Este artículo, aunque no parezca, no quiere defender a las corporaciones, pretende hacer reflexionar a los usuarios, hacerlos ver las contradicciones en las que todos estamos envueltos, y reconocer que somos parte de una generación que descuidó su intimidad, regaló su información,  y no puede plantearse la discusión en términos de “esto me gusta y esto no”, “esta parte la acepto y esta la rechazo”, porque todo es parte de lo mismo. Si nos molesta que la política tenga acceso a nuestros gustos para manipularnos con propuestas electorales, nos tiene que molestar que la industria cinematográfica haga lo mismo para ofrecernos “tremendas” películas.

Claramente las corporaciones deben cuidar nuestros datos, pero que motivación pueden tener para hacerlo si sus mismos usuarios no lo hacen. Quizás estamos empezando a tomar conciencia de que nada es gratis, todos es a un costo, generalmente alto, como que violen nuestra intimidad y nos manipulen. La mejor respuesta es empezar a valorar nuestra información, sin distinción de “privilegios”, exigir legislación que se ajuste a los nuevos tiempos, sólo así las corporaciones entenderán que tendrán que cuidar nuestros datos, y las consecuencias de su mal uso serán mayores que algunos simples posteos de indignación que no ponen nervioso a ningún CEO. No  alcanza con el pedido: «Zuckerberg, cuídanos no seas malo».


 

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